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Entrenar es una forma de seguir vinculado al baloncesto, de mantener el contacto con aquel deporte que practicabas cuando eras más joven y que tantas satisfacciones y amigos te ha dado. Por eso, Cristina Lizarraga y Maite Saldaña, dos cooperativistas del colegio, decidieron dar el paso y ejercer como entrenadoras de los equipos del club. Ambas jugaron a baloncesto en su juventud y ahora tienen hijas que practican ese deporte en el Club Deportivo San Cernin. Por eso, su caso como madres y entrenadoras es especialmente llamativo. "Empecé a entrenar porque tenía que llevar a mi hija al club y esperar una hora a que saliera. En vez de tomarte un café, mejor estás entrenando a las chicas, pensé. Así que así empezó la cosa. Ahora entreno a un equipo en el que no juega mi hija, así que tengo que ir a entrenar a mis chicas un día y a llevar a mi hija a entrenar otro, pero yo encantada", cuenta Cristina Lizarraga. 

Este es su tercer año como entrenadora, y de momento compagina bien su trabajo con llevar las riendas del Premini C. "De momento lo llevo bien. Trabajo en una sucursal bancaria y en invierno sólo trabajamos por la mañana y los jueves por la tarde pero sólo hasta abril. Eso me permite poder entrenar por la tarde sin problemas. Además sólo entrenamos un día, aunque el año que viene igual necesitamos dos días y la cosa se complica, pero ya nos arreglaremos", confiesa Cristina.

La otra madre-entrenadora del club es Maite Saldaña, para quien esta es su primera temporada como entrenadora del Benjamín mixto femenino. "Empecé por casualidad. Al principio dije que no, pero cuando fui en septiembre a decirle a Justo Sanz (coordinador de la sección de baloncesto) que quería apuntar a la cría, me dijo que contaban conmigo, y entonces me decidí. Y de momento ha ido todo muy bien", explica Maite. "Yo trabajo sólo por la mañana, así que por la tarde puedo entrenar. Sólo entrenamos un día y luego el miércoles tenemos los partidos", asegura.

Para ninguna de las dos el mundillo del basket es una novedad. "He jugado a baloncesto casi toda la vida. De hecho, cuando empecé a trabajar todavía seguía jugando a baloncesto. Luego lo van dejando tus amigas y al final acabas dejándolo tú también. Después fui entrenadora del club durante muchos años, aunque luego también lo dejé", explica Cristina.

"A mí siempre me ha gustado el baloncesto. Llegué a jugar en la Segunda División de antes, hace más de 20 años, en el club Rochapea. Ha sido tan bonito volver... Primero ver a las crías, tan pequeñas y con esa gracia jugando, y después me he dado cuenta de que estando dentro te involucras más. Yo he vuelto ahora a ver al HNV Duar, y cada vez que voy al Anaitasuna me encuentro con montón de gente de aquellos años. Yo hasta ahora estaba metida en el fútbol con mi otro hijo, Ander", comenta Maite, que entrena a su hija Maite. No es el caso de Cristina, que también tiene dos hijos, María y Fermín. Ella es la que juega a baloncesto y aunque Cristina le ha dado clases durante dos años, esta temporada ha preferido desvincularse de ese equipo. "Este año empezaban ya los partidos, y prefería no entrenar a mi hija para evitar suspicacias. Prefiero ir a verla jugar y animarle", explica.

Cristina y Maite saben de sobra lo que es jugar a baloncesto y aburrirse en un entrenamiento. Por eso, procuran que sus clases sean entretenidas. "Casi todo es técnica individual, botes, pases y un poco de colocación, Un día de entrenamiento no da para mucho. El baloncesto son muchas cosas y no puedes hacérselo entender todo de golpe", admite Cristina.Maite está de acuerdo con ella. "Lo que ellas quieren a esa edad es jugar. Lo que tienes que hacer es meterles juegos de habilidad, pero con balón. Al final botar y botar es la base del baloncesto. Y al final cuando haces eso se nota la diferencia. Ahora botan y miran a canasta sin miedo, y eso me gusta", comenta. 

Eso sí, a veces las cosas no son tan sencillas como parecen.  "Los niños han cambiado mucho. Antes entrenaba a niñas y ahora vienen con más desparpajo, hablan un montón. Lo que más cuesta es que te presten atención. A ellas les cuesta mucho porque son muy movidas. Antes íbamos a entrenar y cuando el entrenador decía cualquier cosa nos callábamos y nadie decía nada. No hay el mismo respeto que había entonces al entrenador", dice Cristina. Maite también lo ha notado. "No tiene nada que ver. Estos críos te hablan de una forma completamente distinta. Nosotros nunca le decíamos nada al entrenador, cosa que ahora es de otra forma. Y luego en cuestión de baloncesto tienen mucho interés y es bonito", asegura. Para ambas la experiencia está mereciendo la pena, por eso animan a que otros padres den el paso y vuelvan a reengancharse al baloncesto. "Animaría a todos los padres a que se apunten a dar clases. Es verdad que nos cuesta mucho involucrarnos, pero es una pena porque es una forma de seguir en contacto con el baloncesto y de enseñarles algunas cosas", comenta Maite.